Julio 16, 2016 (Suponiendo cosas inciertas)

Un día descubres que no tienes idea de lo que quieres. Ese despertar es fatídico y desesperante porque has desperdiciado años que no volverán, y ese es el precio por aprender la lección.

Maribel ha sido mi amor ideal, más que Catalina. Maribel ha llegado cuando no creía encontrar una mujer así, y me ha hecho mirarme de otro modo y volver a creer en el amor como colmo de la felicidad. Sé que no debo idealizarla pero es imposible no hacerlo después de conocerla. Y su amor inasequible te mantiene prendido a su forma de ser, a su mirada, a su voz, a su pensamiento cerril.

No negaré que la he querido como a ninguna otra ni que lo seguiré haciendo aunque de un modo más santo, como aquellas cosas que no nos cansamos de admirar en su estado natural y que no osamos poseerlas para no arruinar esa sublime belleza. Así es ahora como decido quererla y darle un espacio en mis memorias y pensamientos, un espacio que no ha pedido, empero se lo ha ganado. Maribel.


¿Por qué será que siempre elijo mal? Está Andrea, quien ni siquiera me conoce. Andrea es bella como ninguna. Es la combinación de su sonrisa, sus cejas, su nariz. Su color de piel, y la forma que tiene de cautivar con su seguridad —o es que, mejor dicho, es buena con el maquillaje—. Se sabe bonita y eso la hace más resplandeciente.

Pero ella no me conoce.


De quien no esperaba una respuesta era de Nadia pues siempre me ha dejado semanas esperando. J. J. Arreola decía de Sara —su esposa— que era una mujer de buen parecer, pero que una vez que la conoció, descubrió la verdadera belleza de Sara. Y a veces como que con Nadia es algo así, su encanto es innegable pero por momentos creo que ese atractivo rostro es lo menos bello de ella. Es cierto que tiene una sonrisa de encanto ineluctable, que su pelo rizado te tienta a acariciarlo suavemente recorriendo con las llemas de los dedos las curvas pronunciadas que toma hasta llegar a las puntas, que su piel clara y la iridiscencia en sus pupilas es manantial para el sediento, baluarte para el indefenso.

El mayor desasosiego de esto es que a ella es a quien más idealizada tengo porque a ella es a quien menos conozco. Me engaño de nuevo suponiendo cosas que hasta este momento son inciertas para sentirme menos triste cuando descubra la verdad: que no seamos opuestos de los que se complementan, sino que seamos tan similares que nuestra propia naturaleza nos impida estar unidos.


Es lo que uno consigue por no llegar a tiempo y por temer al rechazo. Y eso, que se puede mirar como una forma de defensa contra la tristeza desgastante del cuerpo, puede ser también el fin del individuo al no poder extender sus generaciones. Es un sacrificio que puedo hacer con tal de dejar en este mundo personas más seguras de sí, más elocuentes, más firmes y menos débiles.


PD. Quiero escribirle a Maribel pero creo que ambos entendimos que esa última charla tenía índole de despedida.


PD2. Por alguna razón, sigo esperando algo de Nadia.

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