Diciembre 12, 2014 (Sumergido en un mar de amores)

Apareció de nuevo la mujer de mis sueños, pero esta vez no era como antes; físicamente era distinta, pero en el fondo era la misma. Lo sé, lo sabemos. Quiere confundirme, hacerme sentir loco.

Me tienes sumergido en un mar de amores del que no puedo salir. No te lo he dicho, pero no sé nadar, así que tarde o temprano me hundiré en este mar, y moriré lenta y dolorosamente.

Ella sonríe y dice que le gusta reír. Estamos en un funeral y no puede contener la risa, y ahí está su amiga y le pide que se controle. Abordamos un tren... no es mi ruta... ella es mi ruta. Le preocupa que me dé un ataque de ansiedad... me conoce. Bajamos, caminamos, volvemos a bajar. Mi oído se ha acostrumbrado su voz como el de un músico se acostumbra a su instrumento. Me fascina su forma de hablar, sus labios, sus ojos, su nariz, su sonrisa, sus pestañas con rimel, su cabello largo, lacio, claro.

Llegamos al anden, no puedo dejar de mirarla. Miro al horizonte... no lo hay. Llega el tren y me dices «adiós» con una dulzura casi empalagosa. Me gusta.

Me quedo mirando cómo te alejas. Te vas sin mí pero me llevas contigo, o más bien soy yo quien se va contigo. Me decido a seguirte y un estruendoso pitido derrumba todo y solo veo oscuridad. Son las 5:30 y debo ir a la escuela, es mi alarma quien te ha llevado.

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